4 de diciembre de 2011

wabi sabi

Siempre fui muy metódica. Cuando era chica, me ponía un objetivo muy específico en la cabeza -como, por ejemplo, leer las obras completas de algún escritor- y lo llevaba a cabo aunque me aburriese o aunque me tomara meses.
Siempre fui buena estudiante por eso. Y siempre aprendí rápido lo que tenía que aprender.
Cuando empecé a estudiar música, empecé estudiando guitarra. El profesor me daba ejercicios y yo los repetía horas y horas y horas, hasta la madrugada. Hasta que me salieran perfectos.
Eso se profundizó cuando empecé a estudiar piano en el Conservatorio. Allí descubrí un gran placer en trabajar obsesivamente sobre los detalles.
No obstante, el Conservatorio 'me expulsó'. Empecé a encontrar grandes disidencias ideológicas acerca de lo que yo consideraba música y lo que los profesores me decían que era música.
La tromba marina no tiene profesores (al menos no aquí en Argentina). No hay una manera de tocarla. No tiene técnicas mejores que otras. No tiene mucho repertorio. No tiene método de aprendizaje, y no tiene detalles por los cuales obsesionarse.
Mi camino con la tromba marina es lento. Ocurre más por dentro de mi cabeza que en el momento de tocarla. No hay método, no hay camino preestablecido. Se basa más en la experiencia, en las creencias profundas que condicionan los gestos más ínfimos, en los libros que he leído.
Es por eso que el tocar la tromba marina se relaciona directamente con la búsqueda típica de la música experimental. Su camino es un proceso que no tiene fin y que no tiene reglas. Es un camino de libertad artística, y es evidentemente extraacadémico.
Disfruto de ese camino que escapa totalmente a lo perfecto. El timbre de la tromba marina es rústico, inacabado o pobre frente a los instrumentos modernos de cuerda, que emiten notas con mucho más cuerpo. El volumen de la tromba es siempre un poco bajo: los armónicos tienen poco volumen, pero además la caja de resonancia no colabora mucho en la amplificación del sonido.
La tromba marina, como me recordó un amigo, es uno de esos instrumentos que perdió en la batalla evolucionista ante los instrumentos de cuerda que se utilizan hoy.
Sí, soy antidarwinista: por medio de mi música imperfecta le doy voz a lo abyecto.

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